56.- LEOPOLDO LUGONES, argentino, (1874-1938)

 buzos — 8 de junio de 2015 www.buzos.com.mx  LEOPOLDO LUGONES 


DELECTACIÓN MOROSA

La tarde, con ligera pincelada 

que iluminó la paz de nuestro asilo, 

apuntó en su matiz crisoberilo 

una sutil decoración morada. 

Surgió enorme la luna en la enramada; 

las hojas agravaban su sigilo, 

y una araña en la punta de su hilo, 

tejía sobre el astro, hipnotizada.

Poblóse de murciélagos el combo 

cielo, a manera de chinesco biombo, 

sus rodillas exangües sobre el plinto 

manifestaban la delicia inerte

y a nuestros pies un río de jacinto 

corría sin rumor hacia la muerte. 

LA RIMA DE LOS AYES 

Cuando te hablen del luto más amargo, 

de las desolaciones más amargas, 

de la amargura de las negras hieles, 

de la negra agresión de las nostalgias, 

de las almas más tristes y más torvas, 

de las frentes más torvas y más pálidas, 

de los ojos más turbios y más secos, 

de las noches más turbias y más largas, 

de las fiebres más bravas y más rojas, 

de las iras más sordas y más bravas: 

acuérdate del tétrico enlutado, 

de la lira siniestra y enlutada 

envuelta en negros paños, como un féretro, 

llena de sones y de voces vagas, 

cual si gimiera un alma tenebrosa 

en el hueco sonoro de su caja. 

¡Qué noche! Palideces de cadáver 

tenían los fulgores de mi lámpara 

y como una grande ave prisionera

 latía el corazón, allá en la estancia, 

que estaba fría y negra, triste y negra:

¡negra con la presencia de mi alma! 

De un rincón donde había mucha noche, 

como un inmenso horror, surgió un fantasma. 

Acuérdate del ojo más opaco, 

de la frente más lívida y más calva, 

del presagio más triste de tus sueños, 

de un miedo estrangulante como garra, 

de la angustia de intensa pesadilla 

que se siente caer como una lápida, 

de la noche del viernes doloroso... 

y piensa luego en mí: ¡yo era el fantasma! 

¡Ah, cuando oigas hablar de esos tormentos 

cuyo amargor anega las gargantas, 

que aprietan los sollozos delirantes 

como filosos garfios de tenaza! 

¡Ah, cuando oigas hablar de esos delirios

que atormentan las vidas desoladas, 

como los vientos nubios que atormentan

la desolada arena del Sahara! 

¡Ah, cuando oigas hablar de esas pasiones 

que vuelca el corazón como la lava

 –candente sangre de las hondas vetas 

que vuelca la erupción como honda náusea–! 

¡Ah, cuando oigas hablar de esas angustias 

que obscuros huecos en los pechos cavan, 

cual la enorme espiral de remolinos 

que perfora en los golfos la resaca: 

diles que existe un lóbrego paraje 

en la infinita latitud de mi alma. 

Con silenciosas noches de seis meses 

cual la triste península Kamchatka. 

Que allí vive la musa de los Ayes, 

mi concubina desolante y pálida, 

en cuyas carnes hostilmente frías 

se quiebra la Intención, como una espada. 

Que allí existe una cumbre siempre muerta 

bajo el aire polar, y que se llama 

Monte de las Tristezas, y que moran 

familias de cipreses en sus faldas. 

Que allí flotan lamentos de suicidas, 

que allí humea una estéril solfatara, 

donde están, capitales del Orgullo, 

numerosas Pompeyas enterradas. 

Que allí ruge una mar de ondas acerbas 

que enturbian los asfaltos y las naftas, 

y que en ella las almas desembocan 

los tristes sedimentos de sus llagas. 

Que allí brama la fiera que está oculta 

tras el perfil de la frontera atávica, 

que allí ladran los dogos formidables, 

que allí retoña en su raíz la garra, 

que allí recobra la siniestra célula 

todos los cienos de su obscura infancia! 

¡Ah, cuando oigas hablar de esos errantes 

cuya leprosa piel quema y contagia, 

cuando entres a esos lúgubres talleres 

donde baten los hierros de las armas, 

cuando sueñes que un sapo te acaricia 

con su beso de almizcles y de babas, 

cuando recuerdes a Luzbel llorando 

un llanto cruel como collar de brasas: 

acuérdate del tétrico enlutado, 

de la lira siniestra y enlutada, 

que vibra como un féretro sonoro 

que mantuviese prisionera un alma; 

de los sonoros féretros que vibran 

cual las liras siniestras y enlutadas, 

del pálido siniestro que te besa, 

del beso de huracán que hay en tu alma, 

del huracán que pone con un beso 

sus negros labios en tu frente pálida, 

de la estrella y la noche: de tu alma 

y de mi alma.

 


Comentarios

  1. Mucho se ha discutido siempre si es posible en las bellas artes que el artista creador pueda describir bellamente lo que es horrible. Hay ejemplos en todas las bellas artes. La Danza Macabra en la música; el grito en la pintura, el Cuervo de Allan Poe en la poesía y aquí cabría un largo etcétera. Yo presento este ejemplo en la poesía española., deseando que nuestro amigo el poeta colombiano ÁLVARO nos ilustrara mejor y más al respecto.

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