47.- PORFIRIO BARBA JACOB, colombiano 1883-1942 (Miguel Ángel Osorio Martínez)

Soberbia

Le pedí un sublime canto que endulzara

mi rudo, monótono y áspero vivir.

Él me dio una alondra de rima encantada.

¡Yo quería mil!

Le pedí un ejemplo del ritmo seguro

con que yo pudiera gobernar mi afán.

Me dio un arroyuelo, murmurio nocturno.

¡Yo quería un mar!

Le pedí una hoguera de ardor nunca extinto,

para que a mis sueños prestase calor.

Me dio una luciérnaga de menguado brillo

.¡Yo quería un sol!

¡Qué vana es la vida, qué inútil mi impulso,

y el verdor edénico y el azul abril!

¡Oh sórdido guía del viaje nocturno:

yo quiero morir.

PORFIRIO BARBA JACOB, colombiano 


Lamentación de octubre

Yo no sabía que el azul mañana

es vago espectro del brumoso ayer;

que agitado por soplos de centurias

el corazón anhela arder, arder.

Siento su influjo, y su latencia, y cuando

quiere sus luminarias encender.

¡Oh, quién pudiera de niñez temblando,

a un alba de inocencia renacer!

Pero la vida está pasando,

y ya no es hora de aprender.

Yo no sabía que tu sol, ternura,

da al cielo de los niños rosicler,

y que, bajo el laurel, el héroe rudo

algo de niño tiene que tener.

¡Oh, quién pudiera de niñez temblando,

a un alba de inocencia renacer!

Pero la vida está pasando,

y ya no es hora de aprender.

Yo no sabía que la paz profunda

del afecto, los lirios del placer,

la magnolia de luz de la energía,

lleva en su blando seno la mujer.

Mi sien rendida en ese seno blando,

un hombre de verdad pudiera ser...

¡Pero la vida está acabando,

y ya no es hora de aprender!

PORFIRIO BARBA JACOB, colombiano


La vieja canción

¿Qué ha de hacer quien ignora el destino,

la razón de su pan y su vino,

y la clave de oscuro avatar?

Como el nórdico rey prisionero,

de la vieja canción del trovero,

esperar... esperar... esperar...

Tal vez brinde un consuelo a sus cuitas,

en la tarde de pompas marchitas,

la ventana que está junto al mar;

tal vez pueda en antiguo volumen,

cuyos trazos los siglos esfumen,

divagar... divagar... divagar...

En otoño de roncos acentos,

que con lúgubres puños violentos

en las noches quebranta el pinar,

puede acaso por sendas de gloria,

más allá de su patria y su historia,

ambular... ambular... ambular...

Si hace frío en la sala desierta,

entornando a su paso la puerta

y arrojando un buen leño al hogar,

él podrá como el rey del oriente,

al influjo del libro sapiente,

delirar... delirar... delirar...

Y fingir que entre chusma bravía,

de remotas edades un día

fue un castillo roquero a escalar,

y que vieron atónitos ojos

una espada entre humanos despojos

cintilar... cintilar... cintilar...

O más bien que en la paz de la vida,

por la senda de lauros mullida,

fue una rubia princesa a buscar.

Mil lanceros formaban cohorte,

y el palacio quedaba hacia el norte,

frente al mar... frente al mar... frente al mar...

¿Mas qué hacer cuando el libro concluye,

cuando el sueño falaz se diluye,

cuando muere la luz del hogar?

Sólo resta el recurso postrero:

como el nórdico rey prisionero,

suspirar... suspirar... suspirar...

PORFIRIO BARBA-JACOB, colombiano (


FUTURO

Decid cuando yo muera... (¡y el día esté lejano!)

soberbio y desdeñoso, pródigo y turbulento,

en el vital deliquio por siempre insaciado,

era la llama al viento...

Vagó, sensual y triste, por las islas de su América;

en un pinar de Honduras vigorizó el aliento;

la tierra mexicana le dio su rebeldía,

su libertad, su fuerza... Y era una llama al viento.

De simas no sondadas subía a las estrellas;

un gran dolor incógnito vibraba por su acento;

fue sabio en sus abismos, —y humilde, humilde, humilde—,

porque no es nada una llamita al viento.

Y supo cosas lúgubres, tan hondas y letales,

que nunca humana lira jamás esclareció,

y nadie ha comprendido su trágico lamento...

Era una llama al viento y el viento la apagó.

PORFIRIO BARBA JACOB 

ACUARIMÁNTIMA I

Vengo a expresar mi desazón suprema
y a perpetuarla en la virtud del canto.
Yo soy Maín, el héroe del poema,
que vio, desde los círculos del día,
regir el mundo una embriaguez y un llanto.

¡Armonía! ¡Oh profunda, oh abscóndita Armonía!

Y velaré mi arduo pensamiento
sotto il velame degli versi strani,
fastuoso, de pompas seculares;
perfecta en sí la estrofa del lamento
y a impulso de los ritmos estelares.

Columpia el mar su cauda nacarina,
e imbuida en la clámide del río
pasa en la bruma fúlgida la carne de la ondina.
Grana el campo nutricio, fluyen mieles,
una deidad inflama las horas con su llama
y loa el día azul un coro de donceles.

Romero: ¿no rebosa el corazón
por la noche de sombras evocadas,
por la tierra de arrugas trabajadas,
del Tiempo y el Espacio la múltiple emoción?

Brilla en las lejanías invioladas
vaga ciudad, e! viento da en los juncos,
los juncos gimen bajo el viento rudo...
Romero, ¡que se vierta el corazón!
y la ternura y la tristeza mía
canten en el crepúsculo: ¡Armonía!
Yo, Rey del reino estéril de las lágrimas,
yo, Rey del reino vacuo de las rimas,
con mis canciones ebrias
que un son nocturno hechiza
y con mis voces pávidas,
anuncio las cavernas del Enigma.
En mis siete dolores primarios se resume,
como en alejandrino paradigma,
la escala del dolor que el mal asume.

Tenebrosa, recóndita Armonía...

Mi numen, fuerte, no es aquel tan puro
como el cerrado corazón de un monte;
pero sobre sus ruinas de inocencias
haré brillar, ebrio del dolor puro,
una gota de luz del corazón del monte.

Porfirio Barba Jacob

      ELEGÍA DE SEPTIEMBRE

¡Oh sol! ¡Oh mar! ¡Oh monte! ¡Oh humildes
animalitos de los campos! Pongo a todas las cosas
por testigos de esta realidad tremenda: He vivido.

Main

Cordero tranquilo, cordero que paces
tu grama y ajustas tu ser a la eterna armonía:
hundiendo en el lodo las plantas fugaces
huí de mis campos feraces
un día...
Ruiseñor de la selva encantada
que preludias el orto abrileño:
a pesar de la fúnebre muerte, y la sombra, y la nada,
yo tuve el ensueño.
Sendero que vas del alcor campesino
a perderte en la azul lontananza:
los dioses me han hecho un regalo divino:
la ardiente esperanza.
Espiga que mecen los vientos, espiga
que conjuntas el trigo dorado:
al influjo de soplos violentos,
en las noches de amor, he temblado.
Montaña que el sol transfigura.
Tabor al febril mediodía,
silente deidad en la noche estilífera y pura:
¡nadie supo en la tierra sombría
mi dolor, mi temblor, mi pavura!
Y vosotros, rosal florecido,
lebreles sin amo, luceros, crepúsculos,
escuchadme esta cosa tremenda: ¡He Vivido!
He vivido con alma, con sangre, con nervios, con músculos,
y voy al olvido...

 




 






Comentarios

  1. En vez de un sublime canto, una alondra; en vez del mar, un arroyuelo; en vez de una hoguera de un arder eterno, sólo una luciérnaga. Pero al cantor trovero le alcanza para suspirar, esperar, divagar, ambular, cintilar y, frente al mar, suspirar.... Ha vivido con sangre, con alma, con nervios y va hacia el olvido.....

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