35.- LA ESCALA DE PLATÓN:




La Escala de Platón [1]
Sócrates –Pero, en fin, Diótima, dime ¿Qué es Eros?
Diótima –Es, como dije antes, una cosa intermedia entre los dioses y los hombres2
– ¿Pero qué es por último?
–Un Ángel interno3, Sócrates que cumple funciones intermedias entre los dioses y los hombres.
– ¿Cuál es, le pregunté, la función propia del ángel?
– La de ser intérprete y medianero entre los dioses y los hombres; la de llevar al cielo las suplicas y los sacrificios de estos últimos, y comunicar a los hombres las órdenes de los dioses y la remuneración de los sacrificios que les han ofrecido. Los ángeles llenan el intervalo que separa el cielo de la tierra; son el lazo que une al gran todo. De ellos procede toda la esencia adivinatoria y el arte de los sacerdotes con relación a los sacrificios, a los misterios, a los encantamientos, a las profecías y a la magia. La naturaleza divina como no entra nunca en comunicación directa con el hombre, se vale de los ángeles para relacionarse y conversar con los hombres, ya durante la vigilia, ya durante el sueño. El que es sabio en todas estas cosas es angélico (es decir, inspirado por un ángel); Y el que es hábil en todo lo demás, en las artes y oficios, es un simple operario. Los ángeles son muchos y de muchas clases, y Eros es uno de ellos.
-¿A que padres debe su nacimiento? -pregunte a Diótima.
-Voy a decírtelo, -respondió ella- aunque la historia es larga:
Cuando el nacimiento de Afrodita, (Venus) hubo entre los dioses un gran festín, en el que se encontraba, entre otros, Poros, (la Abundancia) hijo de Metis (la Prudencia) Después de la comida, Penía (la Pobreza) se puso a la puerta, para mendigar algunos desperdicios. En este momento, Poros, embriagado con el néctar (porque aún no se hacía uso del vino), salió de la sala, y entró en el jardín de Zeus, donde el sueño no tardó en cerrar sus cargados ojos. Entonces, Penía, estrechada por su estado de penuria, se propuso tener un hijo de Poros. Fue a acostarse con él, y se hizo madre de Eros. Por esta razón Eros se hizo el compañero y servidor de Afrodita, porque fue concebido el mismo día en que ella nació; además de que el amor ama naturalmente la belleza y Afrodita es bella. Y ahora, como hijo de Poros y de Penía, he aquí cual fue su herencia. Por una parte, es siempre pobre, y lejos de ser bello y delicado, como se cree generalmente, es flaco, desaseado, sin calzado y sin domicilio, sin más lecho que la tierra, sin tener con que cubrirse, durmiendo a la luna, junto a las puertas o en las calles; en fin, lo mismo que su madre, está siempre peleando con la miseria. Pero, por otra parte, según el natural de su padre, siempre está en la pista de lo que es bello y bueno;, es varonil, atrevido, perseverante, cazador hábil, ansioso de saber, siempre maquinando algún artificio, aprendiendo con facilidad, filosofando sin cesar; encantador, mágico, sofista. Por naturaleza no es ni mortal ni inmortal, pero en un mismo día aparece floreciente y lleno de vida, mientras está en la abundancia,, y después se extingue, para volver a revivir, a causa de la naturaleza paterna. Todo lo que adquiere, lo disipa sin cesar, de suerte que nunca es rico ni pobre. Ocupa un término medio entre la sabiduría y la ignorancia, porque ningún dios filosofa ni desea hacerse sabio, puesto que la sabiduría es ajena a la naturaleza divina, y en general el que es sabio no filosofa. Lo mismo sucede con los ignorantes; ninguno de ellos filosofa ni desea hacerse sabio, porque la ignorancia produce, precisamente, el pésimo efecto de persuadir a los que no son bellos ni buenos ni sabios, de que poseen estas cualidades; porque ninguno desea las cosas de las que se cree provisto.
– Pero, Diótima, ¿quiénes son los que filosofan, si no son ni los sabios ni los ignorantes?
– Hasta los niños saben –dijo ella–, que son los que ocupan un término medio entre los ignorantes y los sabios y Eros es de este número. La sabiduría es una de las cosas más bellas de este mundo, y como Eros ama lo que es bello, es preciso concluir que Eros es amante de la sabiduría; es decir, filósofo; y, como tal, se halla en un medio entre el sabio y el ignorante. Y esto lo debe a su nacimiento: porque es hijo de un padre sabio y rico, y de una madre que no es rica ni es sabia. Tal es, mi querido Sócrates, la naturaleza de este ángel–demonio. En cuanto a la idea que tú te formabas no es extraño que se te haya ocurrido, porque creías, por lo que pude conjeturar, en vista de tus palabras, que el amor es lo que es amado y no lo que ama. He aquí, a mi parecer, por qué Eros te parecía muy bello, porque lo amable es la belleza real, la gracia, la perfección y el soberano bien. Pero lo que ama es de otra naturaleza distinta como acabo de explicar.
– Y bien que sea así, extranjera; razonas muy bien, pero Eros, siendo como tú acabas de decir, ¿de qué utilidad tiene para los hombres?
– Precisamente eso es, Sócrates, lo que ahora quiero enseñarte. Conocemos la naturaleza y el origen de Eros; es, como tú dices, el amor a lo bello. Pero si alguno nos preguntase: ¿qué es el amor a lo bello, Sócrates y Diótima, o hablando con mayor claridad, el que ama lo bello a qué aspira?
– A poseerlo –respondí yo.
– ¿Y qué le resultará de poseer lo bello?
– No me es posible responder inmediatamente a tu pregunta.
– Pero, replicó ella, si se cambiase el término, y poniendo lo bueno en lugar de lo bello, te preguntase Sócrates, el que ama lo bueno, ¿a qué aspira?
– A poseerlo.
– Y, ¿Qué le resultaría de su posesión?
– Eso es más fácil de contestar: –sería dichoso...
– ....Lo mismo sucede con el amor, pues, en general, es el deseo de lo que es bueno y nos hace dichosos, y éste es el grande y seductor amor que es innato en todos los corazones. Pero todos aquellos que en diversas direcciones tienden a este objeto, hombres de negocios, atletas, filósofos, no se dice que aman ni que se les llama amantes; sino que sólo aquellos que se entregan a cierta especie de amor, reciben el nombre de todo el género, y a ellos solos se les aplican las palabras amar, amor, amantes.
– Me parece que tienes razón, le dije.
– Se ha dicho –replicó ella– que buscar la mitad de sí mismo es amar. Pero yo sostengo que amar no es buscar ni la mitad ni el todo de sí mismo, cuando ni esa mitad ni este todo, son buenos; Y la prueba, amigo mío es que consentimos en dejarnos cortar el brazo o la pierna, aunque nos pertenecen, si creemos que estos miembros están atacados de un mal incurable. En efecto, no es lo nuestro lo que nosotros amamos, a menos que no miremos como nuestro y perteneciéndonos en propiedad lo que es bueno. ¿No es esta tu opinión?
– Sí, ¡Por Zeus! Coincido totalmente con lo que dices.
– ¿Basta decir que los hombres aman lo bueno?
– Sí.
– ¡Pero qué! ¿No es preciso añadir que aspiran también a poseer lo bueno?
– Sí, es preciso.
– ¿Y no sólo poseerlo, sino poseerlo siempre?
–sí es eso cierto también.
– En suma, el amor consiste en querer poseer siempre lo bueno.
– Nada más exacto, respondí yo.
– ¿Y en qué caso particular la indagación y la prosecución activa de lo bueno toma el nombre de amor? ¿Puedes decírmelo?
– No, Diótima no lo puedo decir.
Discurso de Diótima:
– Voy a decírtelo: es la producción de la belleza, ya mediante el cuerpo, ya mediante el alma... todos los Hombres, Sócrates son capaces de engendrar mediante el cuerpo y mediante el alma y, cuando han llegado a cierta edad, su naturaleza exige crear, producir. En la fealdad no puede producir, sólo es posible hacerlo en la belleza; la unión del hombre y de la mujer es una producción creativa y esta fecundación es una obra divina, es la fecundación y generación es a la que el ser mortal debe su inmortalidad. Es la naturaleza mortal la que aspira a perpetuarse y hacerse inmortal en cuanto es posible; y su único remedio es el nacimiento que sustituye a un individuo viejo con un individuo joven... He aquí, Sócrates, cómo todo lo que es mortal participa de la inmortalidad, y lo mismo el cuerpo que todo lo demás: todos los seres animados estiman tanto sus renuevos; porque la solicitud y el amor que les anima no tienen otro origen que esta sed de inmortalidad.
...Quizá, Sócrates, he llegado a iniciarte hasta en los misterios del amor; pero en cuanto al último grado de la iniciación y a las revelaciones más secretas, para las que todo lo que acabo de decir no es más que una preparación, no sé si, ni aun bien dirigido, podría tu espíritu elevarse hasta ellas. Yo, sin embargo continuaré sin que se entibie mi celo. Trata de seguirme lo mejor que puedas:
El que quiere aspirar a este objeto por el verdadero camino, debe desde su juventud, comenzar a buscar los cuerpos bellos. Debe además, si está bien dirigido, amar a uno solo, y en él engendrar y producir bellos discursos. Enseguida, debe llegar a comprender que la belleza que se en­cuentra en un cuerpo cualquiera, es hermana de la belleza que se encuentra en todos los demás. En efecto, si es preciso buscar la belleza en general, sería una gran locura no creer que la belleza que reside en todos los cuerpos es una e idéntica. Una vez penetrado de este pensa­miento, nuestro hombre, debe mostrarse amante de todos los cuerpos bellos, y despojarse, como de una despreciable pequeñez, de toda pasión que se reconcentre sobre uno solo. Después debe considerar la belleza del alma como más preciosa que la del cuerpo, de suerte, que un alma bella, aunque esté en un cuerpo desprovisto de perfecciones, baste para atraer su amor y sus cuidados, y para inferir en ella los discursos más propios, para hacer mejor la juventud. Siguiendo así, se verá necesaria­mente conducido a contemplar la belleza que se encuentra en las acciones de los hombres y en las leyes; a ver, que esta belleza por todas partes es idéntica a sí misma; y hacer, por consiguiente, poco caso de la belleza corporal. De las acciones de los hombres deberá pasar a las ciencias para contemplar en ellas la belleza; y, entonces, teniendo una idea más amplia de lo bello, no se verá encadenado, como un esclavo, en el estrecho amor de la belleza de un joven, de un hombre o de una sola acción; sino que, lanzado en el océano de la belleza, y extendiendo sus miradas sobre este espectáculo, producirá con inagotable fecundidad los discursos y pensamientos más grandes de la filosofía, hasta que, asegurado y engrandecido su espíritu por esta sublime contemplación, sólo perciba una ciencia: la de lo bello.

–Préstame ahora, Sócrates, toda la atención de que eres capaz. El que en los misterios del amor se hayan elevado hasta el punto en que estamos, después de haber recorrido en orden conveniente todos los grados de lo bello, y llegado, por último, al término de la iniciación, percibirá como un relámpago una belleza maravillosa, aquella, ¡Oh Sócrates!, que era objeto de todos sus trabajos anteriores: belleza eterna, increada e impe­recible, exenta de aumento y de disminución; belleza que no es bella en tal parte y fea en tal otra; bella sola en tal tiempo y no en tal otro; bella bajo una relación y fea bajo otra; bella en tal 1ugar y fea en tal otro; bella para estos y fea para aquellos; belleza que no tiene nada de sensible como el semblante o las manos, y nada corporal; que tampoco es este discurso o esta ciencia; que no reside en ningún ser diferente de ella misma, en un animal, por ejemplo, o en la tierra, o en el cielo, o en otra cosa, sino que existe eterna y absolutamente por sí misma y en sí misma. De ella participan todas las demás bellezas, sin que el nacimiento ni la destrucción de estas, causen ni la menor disminución ni el menor aumento en aquellas, ni la modifiquen en nada. Cuando de las bellezas inferiores se ha elevado, mediante un amor bien entendido de los jóvenes, hasta la belleza perfecta, y se comienza a entreverla, se llega casi al termino; porque el camino recto del amor, ya se guíe por sí mismo, ya sea guiado por otro, es comenzar por las bellezas inferiores y elevarse hasta la belleza suprema, pasando, por decirlo así, por todos los grados de la escala de un solo cuerpo bello a dos, de dos a todos los demás, de los bellos cuerpos a las bellas ocupaciones, de las bellas ocupaciones a las bellas ciencias, hasta que de ciencia en ciencia se llega a la ciencia por excelencia, que no es otra que la ciencia de lo Bello mismo, y se concluye por conocerla tal como es en sí. ¡Oh, mi querido Sócrates, prosiguió la extranjera de Mantinea, y si por algo tiene mérito esta vida, es por la contemplación de la belleza absoluta, y si tú llegas algún día a conseguirla, ¿qué te parecerá, cotejando con ella, el oro y los adornos, los niños hermosos y los jóvenes bellos cuya vista al presente te turba y te encanta hasta el punto de que tú y muchos otros, por ver sin cesar a los que amáis, por estar sin cesar con ellos, si esto fuese posible, os privaríais con gusto de comer y de beber, y pasaríais la vida tratándolos y contemplándolos de continuo? ¿Qué pensaremos de un mortal a quien fuese dado contemplar la belleza pura, simple, sin mezcla, no revestida de carne ni de colores humanos ni de las demás vanidades perecederas, sino siendo la belleza divina misma? ¿Crees que sería una suerte desgraciada tener sus miradas fijas en ella y gozar de la contemplación y amistad de semejante objeto? ¿No crees, por el con­trario, que este hombre, siendo el único que en este mundo percibe lo bello, mediante el órgano propio para percibirlo, podrá crear, no imá­genes de virtud, puesto que no se une a imágenes, sino virtudes verda­deras, pues que es la Verdad a la que se consagra? Ahora bien, sólo al que produce y alimenta la verdadera virtud, corresponde el ser amado por Dios; y si algún hombre debe ser inmortal, es seguramente éste.

Comentarios

  1. Esta traducción libre tomada del Banquete de Platón responde a la pregunta de ¿Qué es lo que buscan los poetas? (Y junto con ellos todo ser humano lúcido y sabio?

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