10. César Vallejo


 

ALDEANA

Lejana vibración de esquilas mustias

en el aire derrama

la fragancia rural de sus angustias.

En el patio silente

sangra su despedida el sol poniente

El ámbar otoñal del panorama

toma un frío matiz de gris doliente!

Al portón de la casa

que el tiempo con sus garras torna ojosa,

asoma silenciosa

y al establo cercano luego pasa,

la silueta calmosa

de un buey color de oro,

que añora con sus bíblicas pupilas,

oyendo la oración de las esquilas,

su edad viril de toro!

Al muro de la huerta

aleteando la pena de su canto,

salta un gallo gentil, y, en triste alerta,

cual dos gotas de llanto,

tiemblan sus ojos en la tarde muerta!

Lánguido se desgarra

en la vetusta aldea

el dulce yaraví de una guitarra,

en cuya eternidad de hondo quebranto

la triste voz de un indio dondonea,

como un viejo esquilón de camposanto.

De codos yo en el muro,

cuando triunfa en el alma el tinte oscuro

y el viento reza en los ramajes yertos

llantos de quenas, tímidos, inciertos,

suspiro una congoja,

al ver que la penumbra gualda y roja

llora un trágico azul de idilios muertos!

aleteando la pena de su canto,

salta un gallo gentil, y, en triste alerta,

cual dos gotas de llanto,

tiemblan sus ojos en la tarde muerta!

Lánguido se desgarra

en la vetusta aldea

el dulce yaraví de una guitarra,

en cuya eternidad de hondo quebranto

la triste voz de un indio dondonea,

como un viejo esquilón de camposanto.

De codos yo en el muro,

cuando triunfa en el alma el tinte oscuro

y el viento reza en los ramajes yertos

llantos de quenas, tímidos, inciertos,

suspiro una congoja,

al ver que la penumbra gualda y roja

llora un trágico azul de idilios muertos!


CÉSAR VALLEJO, peruano.



LXXVII

Graniza tanto, como para que yo recuerde
y acreciente las perlas
que he recogido del hocico mismo
de cada tempestad.

No se vaya a secar esta lluvia.
A menos que me fuese dado
caer ahora para ella, o que me enterrasen
mojado en el agua
que surtiera de todos los fuegos.

¿Hasta dónde me alcanzará esta lluvia?
Temo me quede con algún flanco seco;
temo que ella se vaya, sin haberme probado
en las sequías de increíbles cuerdas vocales,
por las que,
para dar armonía,
hay siempre que subir ¡nunca bajar!
¿No subimos acaso para abajo?

Canta, lluvia, en la costa aún sin mar!

CÉSAR VALLEJO, Peruano. 1892-1938

Comentarios

  1. Hay una lejana vibración de esquilas mustias que derrama en el aire la fragancia rural de sus angustias. Sangra en el patio silente su despedida el sol poniente. Y sigue en todo el poema hipnotizándonos con sus congojas el paisaje del alma elegido en la aldea rural de sus melancolías. ¡Fascinante! Pasa lo mismo con la tristeza de la lluvia que canta la desolación del alma. ¡Hay golpes en la vida tan fuertes....!

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